Este miércoles, conocíamos la retirada temporal de la eterna ‘Lo que el viento se llevó’ (1939) del catálogo de contenidos de HBO. Volverá a la plataforma acompañada de una aclaración sobre el contexto histórico en el que se desarrolla. La cinta de Victor Fleming, ganadora del Oscar a mejor película, está considerada como una de las mejores películas de todos los tiempos. No ha sido suficiente. El último capítulo del movimiento censor y puritano al que ya han sucumbido compañías como Disney, Paramount o la BBC se la ha llevado por delante. HBO considera que “glorifica la esclavitud” e “ignora sus horrores y perpetúa los estereotipos más dolorosos para las personas de color”.
No parece descabellado afirmar que la muerte del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco, junto con la oleada de protestas que recorren Estados Unidos y parte del planeta, está detrás de la paternalista decisión de HBO. A pesar del triste suceso, arremeter contra la cultura y situar en la diana al mundo del cine no es la solución. Infantilizar al espectador y despreciar su espíritu crítico frente a la pantalla no es el camino.
Todos estamos de acuerdo en que ‘Lo que el viento se llevó’ es una película racista, con un enfoque que se aleja de la crítica a la esclavitud. No sería demasiado lógico que fuera de otra manera, pues hablamos de un producto audiovisual con más de 80 años de historia. Si aun hoy en día andan a vueltas en EE. UU. con la igualdad de derechos civiles… No obstante, habría que reflexionar sobre si es adecuado suprimir una parte tan importante del imaginario cultural americano y europeo. ¿Hay que desechar una excelente película que nos muestra cómo éramos y cómo hemos cambiado (aunque aún falta)? ¿Vamos a renunciar a todo lo que hemos sido? Tras este nuevo zarpazo, la libertad creativa queda en entredicho.
Que la ficción no tiene por qué ser pedagógica, ni instructiva, ni divulgativa, ni corresponderse con la moral de la sociedad, ni con la de su autor debería ser una obviedad. Y aquí estamos, otra vez a vueltas con ello.
— Paloma Rando (@palomarando) October 4, 2019
Con la retirada de Scarlett O’Hara y compañía, entramos en una peligrosa dinámica de represión poco comprensible en pleno siglo XXI. Algunos parecen no haber entendido aún que la ficción es eso. Ficción. Ensoñaciones. Castillos en el aire. Mundos inventados para divertirnos, asquearnos, cabrearnos, hacernos reflexionar. Y que ir hasta donde la imaginación lo permita es posible y lícito, sin que lo creado se relacione necesariamente con la moral o las creencias del autor.
Los creadores reflejan la sociedad de su tiempo, a modo de espejo, a través de sus historias. Pero el momento que retratan no es siempre el más agradable. Sin asumir esta premisa, no tiene sentido continuar el debate. Hoy, parece que se prefiere la venda en los ojos antes que enfrentarnos a las crudas realidades del pasado, por lo que es necesario preguntarse: ¿cuántos productos culturales no se modificarían según las últimas corrientes de ultracorrección política? Vamos más allá, ¿quiénes somos nosotros para hacerlo? ¿Qué derecho tenemos a alterar la Historia?

No hace tanto, la plataforma Filmin se vio envuelta en una polémica similar tras incorporar a su oferta la saga de ‘Torrente’. Algunos suscriptores se dieron de baja, mientras que muchos tuiteros pusieron el grito en el cielo hasta convertir el asunto en ‘trending topic’. Sí, Torrente no es precisamente un tipo a imitar. Sí, sabemos que trata a las mujeres como meros objetos. Sí, su higiene personal deja mucho que desear. Sí, es un voceras cobarde, racista y franquista. Sí, es un pésimo amigo. Sí. Un ser mezquino, en resumidas cuentas.
Sin embargo, es precisamente su carácter grotesco y su completa desviación de las normas sociales más elementales lo que nos saca una sonrisa. Y, por supuesto, nos da pistas. Ya sabemos lo que no debemos hacer. Lo prohibido. Lo indecente. Lo moralmente reprobable. Sólo hace falta reajustar nuestra mirada. Disfrutar de lo que vemos, en la medida de lo posible, mientras separamos el grano de la paja. Así deberíamos hacerlo siempre, sin importar lo que echen. Daría igual; sólo tendríamos que ponernos las gafas de la coherencia y del sentido común.
En definitiva, no creo que el futuro pase por la ‘reeducación’ de los espectadores (¿a alguien más se le ha venido a la cabeza ‘1984’, de George Orwell?) mediante recortes a la libertad creativa y/o de exhibición. Libertad para ver, reflexionar y decidir, ya que el paternalismo y la censura no son buenas opciones en democracia. Como decía el otro día una amiga, al hilo de este tema: “Es como si acabasen con el Coliseo de Roma sólo porque allí se cometieron atrocidades”.