Octubre de 2016. Una espigada mujer, con una técnica mejorable, da vueltas sobre el tartán de la pista de atletismo de Santa Lucía de Tirajana (Las Palmas). Se nota que no es una atleta profesional. Corre en unas instalaciones desconocidas para ella gracias a un inocente bono de 10 sesiones que ha ido prorrogando con ilusión varias veces. Cuando acaba el entrenamiento, se pone a estirar junto a varios atletas locales. Una rutina como otra cualquiera, ordinaria, pero que sin embargo no va a pasar desapercibida para ciertas personas.
— ¿Te gustaría correr con nosotros?
Al mes de comenzar, recibe una propuesta de uno de los miembros del club local, el CD UAVA. Han visto algo en ella. Tardará poco en dar una respuesta. Una respuesta afirmativa.
Así es como Vanessa Reina Rodríguez (17-05-1983) inició su meteórica carrera en el atletismo. A su espalda relucen las medallas que ha ganado y los dorsales que ha portado en competiciones de distinto ámbito geográfico. “Ahí sólo tengo los últimos. Los voy cambiando cada año por los más significativos”, cuenta. Mientras habla, enseña involuntariamente una y otra vez su diastema. Esta pequeña separación entre las palas le da una apariencia dulce y juvenil que confirman luego su risa y expresiones como “mi niño”, todo un clásico del vocabulario canario.

Su vida actual gira en torno a un deporte que la encandiló después de abandonar la práctica del pádel. Aunque era buena con la pala y llegó a obtener cierto reconocimiento, lo consideraba un pasatiempo elitista; se alejaba de la competitividad sana y el ambiente friendly que le atribuye al atletismo. Vanessa entrena seis días a la semana durante un par de horas. Y, si su agenda se lo permite -también estudia Psicología en la UNED-, las sesiones pueden alcanzar las tres horas. “No llevaba ninguna intención u objetivo en mente cuando llegué a la pista el primer día. Pero ya no he faltado desde entonces”, explica.
Vanessa relata su pasión con ese acento aspirado tan propio de las islas Canarias. Guarda una fidelidad casi absoluta a su tierra. Nació y vive con su hermana pequeña (y dos chihuahuas) en Vecindario -dentro de Santa Lucía de Tirajana- y trabaja en Telde, a apenas 20 kilómetros de su casa. Tan sólo las competiciones la alejan de los parajes insulares que tan bien conoce. Estos le han otorgado a su piel ese moreno natural que muchos quisieran para sí.
Su tardío amor por el atletismo ha influido positivamente en sus éxitos. “Me dicen que al haber empezado más tarde estoy mejor a nivel articular y muscular que mis rivales, que quizá se hayan ‘machacado’ más durante su juventud. Por esto recupero mejor y quizá me lesione menos”, asegura. Compite en la categoría W35 (atletas de entre 35 y 40 años) entrenada por José Francisco Ríos, quien desde el principio tuvo claro que los 800 metros lisos eran su prueba. Dos vueltas “agónicas” a la pista, entrelazadas por el tañido de la campana al comienzo del último giro para acabar de disparar la adrenalina de Vanessa.

En el medio fondo, ha alcanzado en menos de cuatro años éxitos sólo posibles en las imaginaciones más poderosas. En 2018 acudió, aunque repescada, al Campeonato de España de categoría máster que se celebró en Vitoria. “Quedé en última posición, pero no me importó; mejoré un segundo mi marca”, cuenta.
Desde ese momento, peleó por mejorar sin centrarse en el resto. Sabía lo que había que corregir; sólo faltaba entrenamiento y dedicación. Ya habría tiempo de medirse. La larga zancada que le permiten sus 172 centímetros y el vaivén de su coleta mientras cruza el aire le dan hoy una apariencia poderosa sobre la pista, una vez pulidos los detalles de su técnica de carrera. Su potencial, ya extraído, ha hecho el resto.
El pasado 7 de marzo, endulzó su cuarentena al proclamarse en Antequera subcampeona de España de 800 en pista cubierta: su mayor éxito hasta la fecha. Esta medalla ratificaba su talento y, casi más importante, la empujaba a seguir trabajando en casa a pesar de las difíciles circunstancias.
En tierras malagueñas, Vanessa disgregó su personalidad, tal y como hace antes de cualquier carrera importante. Suele llegar con la antelación suficiente a la pista para calentar tranquilamente -sin música, una fuente de distracción a su juicio- y no habla mucho en la hora precarrera. En Antequera aparcó por un tiempo su carácter risueño y natural y la introspección se apoderó de ella. Los frutos de esta estrategia hablan por sí mismos.

Su progresión la llevó el año pasado al Mundial máster de pista cubierta de Torun (Polonia). Esta temporada, sólo una pandemia ha evitado que volviese a vestir los colores de la selección española. Iba a participar en el Campeonato de Europa bajo techo de Braga (Portugal), previsto entre el 15 y el 21 de marzo.
Lejos del tartán o del polvo -también corre cross-, Vanessa trabaja en el aeropuerto de Gran Canaria. Se ocupa del control de la documentación y de los pasaportes de aquellos viajeros que entran en la isla. Todo debe estar en regla.
— Si alguien se escapa, ¡más vale que corra rápido! —bromea.
Hace 14 años que entró en el Cuerpo Nacional de Policía. Fue en la pista de atletismo de Santa Lucía de Tirajana, a diez minutos de su casa, donde preparó las oposiciones. Sin embargo, el destino todavía no había decidido unir sus caminos. Hacía falta esperar un poco más.
El atletismo ha venido a revolucionar su vida. Todo se mira desde hace cuatro años a través de una óptica de entrenamientos, competiciones y esfuerzo. Mucho esfuerzo. En 2018 realizó una parte del Camino de Santiago andando; ahora, su objetivo es realizar corriendo unos 200 o 300 kilómetros de la famosa ruta de peregrinaje. Sus planes actuales y futuros los condiciona su pasión, que como un flechazo le ha puesto la vida patas arriba. La sonrisa de Vanessa es la prueba de que el idilio goza de muy buena salud.