“A pesar de que no estaba interesado en ejercer el cargo, quería al menos cierta dignidad para desempeñarlo”. Así de contundente se muestra Sigmund Schaller, estudiante mexicano-alemán de máster de la Universidad de Zaragoza, al explicar la renuncia de su tío-tatarabuelo a la presidencia de México el 2 de septiembre de 1932. Pascual Ortiz Rubio es, de momento, el último presidente que ha presentado su dimisión en ese país. En sus escasos dos años de mandato, sufrió un atentado el día de su toma de posesión y su sobrina falleció por un más que probable envenenamiento dirigido a él. La realidad se equiparó a la ficción en los años posteriores a la Revolución Mexicana (1910-1917).
Se fue, cansado de la injerencia del cacique Plutarco Elías Calles, presidente entre 1924 y 1928, en sus acciones de Gobierno. “[Elías Calles] quería controlarlo todo. Como no podía darse la reelección, prohibida por la Constitución de 1917, buscó otra manera de dirigir el país. Según se ha comentado en la familia, mi tío no quería ser presidente. Fue utilizado por este para que fuera su representante en el poder. De hecho, el periodo en el que gobernó Pascual se conoce como Maximato por Elías Calles, apodado Jefe Máximo de la Revolución. Otras personas ejercían el cargo, aunque él estaba detrás manejando los hilos”, asegura Sigmund.

“Calles es un personaje muy controvertido en la historia mexicana. Tenía ideales muy interesantes para mejorar el bienestar de la gente, pero la ambición por el poder era también un rasgo suyo muy característico”, cuenta. Por este motivo, llamó a Pascual Ortiz Rubio durante la etapa de este como embajador mexicano en Brasil para convertirlo en presidente, convencido de su teórica docilidad. Enrolado en las filas del recién creado PNR (Partido Nacional Revolucionario, antecedente del actual PRI), Ortiz Rubio arrasó en las elecciones extraordinarias de noviembre de 1929, convocadas tras el asesinato del presidente electo, Álvaro Obregón, en un restaurante de Ciudad de México.
La historiografía ha calificado siempre aquellos comicios como un pucherazo en toda regla, quizás el mayor de la historia mexicana. “Es evidente que hubo actos fraudulentos. Es la dinámica que manejaba el PNR, a efectos prácticos el partido del Estado. Se podría decir que México era entonces un país de partido único -afirma Sigmund-. El esquema consistía en manejar toda la maquinaria electoral para que Pascual, o el candidato de turno, ganara. Se solía obtener entre el 80 y el 95 por ciento de los votos (risas)”. Incluso en algunos municipios se contabilizaron más votos por el candidato que votantes registrados.

La crispadísima política de la época y la ambición por el poder desembocó en el intento de asesinato de Pascual Ortiz Rubio el día de su toma de posesión. Un partidario del candidato opositor en las elecciones llamado Daniel Flores González, que aparecería muerto en su celda dos años después, le disparó seis tiros al considerar sucia su llegada al poder. El magnicidio, frustrado, no le acarrearía heridas graves. “A raíz de aquel incidente, se quedó encerrado dos semanas en el castillo de Chapultepec, la residencia del presidente entonces”, explica Sigmund.
Fue aquí donde se produjo un error fatal que influiría también en la renuncia al cargo de Pascual Ortiz Rubio. “En 1931, en mitad del corto mandato de mi tío, se organizó una cena formal en el castillo. Se decía que querían matarlo. Entre los invitados estaba mi joven bisabuela, sobrina de Pascual, con quien tenía una relación estrecha. A los tres días falleció por alguna causa relacionada con un envenenamiento. Se equivocaron; fue un error terrible”, lamenta su tataranieto. Era una época en la que todos se peleaban por llegar al poder, a pesar de compartir los mismos ideales. “La Revolución (Mexicana) se torció”, dice Sigmund.
Ortiz Rubio se propuso desarrollar los ideales sociales cuya obtención perseguía este sangriento conflicto armado. Es decir, valores de reforma agraria -intentar dar a los campesinos la propiedad de la tierra que trabajaban-, rebajar o eliminar la presencia de la Iglesia en la vida social y política, y promover políticas no intervencionistas en relación con los cambios de gobierno en otros Estados (doctrina Estrada). También fue uno de los primeros gobernantes en reconocer a la II República Española. Falleció el 4 de noviembre de 1963 en Ciudad de México, a los 86 años.

La familia de Sigmund cuenta con más personalidades. Por ejemplo, su bisabuelo salvadoreño fue embajador de este país en México durante la década de 1930. Y su abuelo paterno, Sigmund Karl Schaller, combatió en el bando nazi durante la II Guerra Mundial. Una ideología antagónica al comunismo del que se reconoce partidario su nieto. Sigmund Karl participó, por ejemplo, en la invasión alemana a Polonia en septiembre de 1939. Falleció en 1948 por un cáncer de estómago causado, probablemente, por los horrores sufridos y provocados durante el conflicto. La rueda del destino ha querido que Zaragoza albergue desde el pasado octubre todas estas historias.