Entrevistas

Sergio López Castro, filósofo (y II): “El teletrabajo será altamente nocivo si no se regula”

Sergio López Castro (Luján, Buenos Aires, 1969) es un filósofo práctico argentino-español que reside en Zaragoza desde 2006. Actualmente ejerce como consultor y formador.

Pregunta. En la esfera internacional, el escepticismo inicial de líderes como Donald Trump también ha marcado la pandemia.

Respuesta. Leí el otro día un artículo en la prensa norteamericana que decía que el discurso populista, facilón y faltón de Trump era el reflejo de una sociedad con serios problemas para replantearse el sentido de la existencia. Estados Unidos se ha considerado a sí mismo el dueño del mundo; un país al que la muerte no iba a tocar nunca. Este pensamiento, que Trump se atreve a expresar en público, permanece en la sociedad norteamericana en secreto. Ahora la Covid-19 ha venido a decirles que no son diferentes. Quizá, si hubieran aplicado políticas públicas de mayor precaución, habrían tenido menos muertos. Este análisis sobre la previsión se puede aplicar a España, cuando mirábamos sin ver a nuestros vecinos italianos.

P. ¿Por qué se han reenviado tantos bulos durante la cuarentena relacionados con el virus? Y, más importante, ¿por qué se ha creído en ellos?

R. Porque necesitamos certezas para seguir viviendo.

P. A pesar de los continuos avisos sobre la desinformación, ¿volvemos a picar?

R. Sí. Estamos sobreestimulados por la información, en muchos casos sin contrastar. Además, es muy fácil reenviar una noticia a 20 personas en un momento. Las preguntas que nos deberíamos hacer son: “¿Para qué hago esto?”, “¿Qué persigo?”, “¿Lo que persigo es sano, bueno, a qué contribuye?”. Es esa facilidad para compartir contenidos la que nos priva de todo lo que la racionalidad supone: parar, cotejar, discernir… Pero que la tecnología permita hacer esto no significa que sea buena o mala en sí misma.

P. Es decir, que en la expansión de la desinformación el componente individual pesa mucho.

R. Así es. Si la persona no conecta con su eje, difundirá bulos. Por eje me refiero a ese centro que le lleva a relacionarse sanamente con los demás, con la vida y con ella misma, en última distancia. Hay un eje cuando se es libre en las decisiones que se toman, cuando se sobrelleva medianamente bien los conflictos, cuando la frustración, por ejemplo, no te saca de ti mismo. Todo ello es consecuencia de una autoestima sana y madura.

Necesitamos certezas para seguir viviendo

P. Las empresas han tenido que apostar por el teletrabajo, reconsiderando una opción poco aplicada hasta ahora. ¿Cómo la valora?

R. El teletrabajo será altamente nocivo si no se regula. Si sigue tal cual lo hemos vivido, pasados unos años veríamos su nocividad, como pasó con Internet. Lo que hacemos no es teletrabajar. Nos encontramos bajo unas condiciones que difuminan lo que había sido hasta ahora nuestra concepción del trabajo y de la relación laboral. Se hace desde casa, con una tecnología que suministra el empleado, sin definir ni distanciar los límites laborales de los de la vida privada y con multitud de estímulos externos que no ayudan, por ejemplo, a la concentración.

P. Para usted, hace falta revisar esta forma de desarrollar la actividad laboral.

R. Sí. Por otro lado, la patronal duda de la capacidad productiva del empleado. Necesita aportar estímulos, que en el fondo son más control, porque sospecha. En el ámbito educativo se ha visto con claridad. Y, en vez de trabajar seis horas, maestros y profesores han terminado por hacer nueve o más horas. Ha habido mucha más presión.

P. Los millennials, ¿en qué situación quedan tras esta crisis sanitaria y económica? Es la segunda de gran calado que sufren tras la de 2008, con la quiebra de Lehman Brothers.

R. Para responder, tenemos que considerar que sobre ellos no inciden elementos distintos a los de otras generaciones. Lo importante es ver cómo les afectan las cosas, dados los condicionamientos propios a su época: la posverdad, las fake news, la globalización, la falta de trabajo… Los millennials están construidos más desde lo emocional que desde la racionalidad; en cambio, la generación de sus padres está entre esas dos posibilidades. Hay que preguntarse entonces si se puede construir futuro sólo desde la emoción.

El mundo virtual no prepara muy bien a los millennials para los proyectos y esfuerzos compartidos en los que deberán gestionar conflictos y frustraciones

P. ¿En qué se ejemplifica ese lado emocional?

R. Viven pegados a la visibilización, a transparentar su vida a través de las redes sociales. Están sujetos al poder de los algoritmos y quieren gustar a los demás. Es ahí donde se encuentra la clave del gran peso que tiene lo emocional en ellos. Pueden incluso cuestionar su valor si obtienen pocos ‘me gusta’ y decir “¿Qué pasa conmigo?”, “¿Por qué no les gusto?”.

P. A menudo se relaciona valía personal con influencia en redes.

R. Claro. La incidencia del aspecto emocional está directamente vinculada a cómo trabajan los millennials su autoestima. Si se quedan sólo ahí, su valoración personal se vinculará a los sentimientos alimentados por los refuerzos positivos tipo ´me gusta`; no será una valoración integral y sana. Lo racional no contaría. ¿Qué sucede entonces? Que si nos quedamos en el mundo de las emociones perdemos el poder crítico frente a lo que somos y nos pasa.

P. ¿Cómo se relacionaría esta sobreexposición de los jóvenes en redes con el mundo laboral?

R. Las redes son la manifestación más exterior de un movimiento que tiene que ver con la intencionalidad del modelo productivo. En el mundo virtual, vemos lo que no nos incómoda, lo que nos confirma. De ahí la sobreexposición. Pero esto no prepara muy bien a los millennials para los proyectos y esfuerzos compartidos en los que deberán gestionar conflictos y frustraciones. Estamos ante un programa no declarado de trabajo y relaciones laborales diferente a todo lo conocido. Lo virtual vendría a ser como la pedagogía que, sutil y cómodamente, no prepara para la sobreexplotación individual.

Sergio López Castro, en su domicilio/S.L.C.

P. ¿Habla del concepto de ‘sociedad del cansancio’, del filósofo surcoreano Byung-Chul Han?

R. Sí. Un concepto que desde otras terminologías han trabajado muchos otros filósofos. Además, hay problemas asociados al mismo.

P. ¿Cuáles?

R. El déficit entre la población millennial respecto a la relación con los otros. De ahí la promoción actual del trabajo en equipo; en las universidades, por ejemplo. Míticamente, se ha dicho que el prototipo de la modernidad era Prometeo: el titán que osó contradecir a los dioses en favor de los hombres. Ahora, se lo ha reemplazado por el mito de Narciso, un joven bellísimo encerrado en sí mismo. Es un cambio de metáfora elocuente, ya que los índices de narcisismo entre los millennials son altísimos.

P. Afirma que esa desunión entre los millennials podría acarrearles problemas.

R. Hoy en día tenemos un modelo productivo que ha girado hacia la explotación y la precarización. Esta circunstancia exigiría que los jóvenes que están o pronto estarán en dicha situación trabajasen juntos en contra de esta desviación del modelo. Pero a diferencia de otras generaciones, no lo hacen. Tienen más problemas para cooperar.

Los millennials tienen problemas para cooperar; el mito actual es el de Narciso, un joven bellísimo encerrado en sí mismo

P. ¿Es como si cada uno hiciera la guerra por su cuenta?

R. Sí. Están desconectados entre ellos al relacionarse sólo, como ya he dicho, con el colectivo de los que les reafirman a través del ‘me gusta’. Esto socava el principio de solidaridad, que supone una cierta fortaleza contra aquello que no nos gusta o que nos daña, como el modelo de producción actual.

P. ¿Qué le sucede? 

R. El problema es que el modelo productivo actual nos hace creer que somos libres frente a las fuerzas del mercado. Sin embargo, nosotros somos nuestros primeros explotadores. Pensamos que, ahora que somos libres, haremos todo lo que sea necesario por nuestra supervivencia. Y rendimos al máximo. Pero hay que preguntarse: ¿es nuestra supervivencia o la supervivencia del sistema?

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